miércoles, abril 09, 2008

En busca de la lectura perdida...

Nuestras lecturas quedan en nosotros, no sólo en relación a su contenido, sino vinculadas a nuestra experiencia, la vida que en el momento de la lectura estuviésemos llevando; así las jornadas matutinas en que Marcel salía en busca del saludo de la duquesa de Guermantes están, para mí, ligados a un viaje en autobús a la casa paterna en una tarde de vísperas de la primavera; o el encuentro de Dorotea, la princesa Micomicona, con Don Quijote se dio una tarde lluviosa, también en un autobús (mientras le arreglaban una llanta) de regreso de las clases.

Cuando releemos, el encuentro se da, no sólo con una nueva obra, nuestra relectura, también se presenta, por un lado, la primera o anteriores lecturas y las conclusiones posteriores que de ellas sacamos; y, por otra parte, nuestra experiencia, nuestro vínculo con esa obra, que es parte de nosotros, puesto que se encuentra en nuestra memoria, donde descansa al lado de nuestros de esa época, los sinsabores, las alegrías y todo el conjunto de recuerdos del tiempo en que hicimos la lectura.
También la lectura esta marcada por los pensamientos, relacionados o no con la obra, que cruzaban por nosotros al realizarla; además de los factores externos, como la música de la radio encendida en el cuarto contiguo, o un rayo de sol sobre la mesa en que leemos, o el maullar del gato que brinca sobre nuestras piernas, o el olor a tierra del enjarre de la casa de los abuelos donde se pasaron unas vacaciones y que para llenar las tardes se leía, o el sabor del guiso que está sobre la estufa y se atraviesa entre un párrafo y otro a fuerza de hambre.

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