lunes, febrero 25, 2008

El Arte como trascendencia a la muerte

El ser humano se encuentra arrojado al mundo, no se posee más que a él mismo, encerrado por siempre en él, sin la oportunidad de una verdadera comunión con el Otro, enfrentado a la nada de su muerte, como paradigma de su propia existencia, a la muerte se dirige solo.
Ante esta perspectiva, ante todo desalentadora, el hombre ha buscado escapar de su finitud, el Arte es la forma en que el ser humano busca salvarse de la muerte, la manera en que ha intentado encontrarse con el otro, consigo mismo. Y es que esta necesidad viene insertada en nuestros genes, queremos ante todo perpetuarnos, por lo tanto, como animales políticos, culturales, también en la cultura queremos dejar una progenie. Así nos encontramos en la disyuntiva, nuestra existencia finita y nuestra necesidad de crear una descendencia nuestra, aunque no sea genética.
Para el hombre la única salvación que puede encontrar a su propia muerte, a su ya no ser en el mundo; la única manera en que puede sobrevivir, trascender a su propia existencia es el arte; la religión y la filosofía son sinónimos del arte como justificación al trascender, al vivir más allá de la propia vida. Mientras que en la religión se encuentra este fin mediante la subordinación del Ser Humano, de su inteligencia, voluntad e imaginación, ante la fe al ser superior, la divinidad, el individuo no es más que una creación que regresará a su creador tras la muerte. La filosofía se sirve de la inteligencia para formar un discurso que plante un entendimiento del mundo, una explicación, sólo una explicación. El Arte, crea, son sus obras las que ofrecen a la Humanidad una conexión entre ellos, una trascendencia, objetos carentes de utilidad, más que para sí mismos y que ofrecen al ser humano una posibilidad de significación, de sentido. El Arte es por y para el arte, se alimenta de sí mismo, en tanto que el mundo real, le sirve sólo de pretexto.

El hombre está solo. Marcel Proust lo plantea así: “Los vínculos entre un ser y nosotros no existen sino en nuestro pensamiento. La memoria, al debilitarse, los despega, y pese a la ilusión con que quisiéramos engañarnos, […] existimos solos. El hombre es el ser que no puede salir de si mismo, que únicamente en sí mismo conoce a los demás, y, diciendo lo contrario, miente.”[1]. Si Proust nos deja en la soledad de nuestra existencia, Albert Camus nos deja incomunicados con los demás, incapaces de encontrarnos con ellos, con los “Otros”: “ […] la posesión total de un ser, la comunión absoluta durante el tiempo de una vida, es una imposible exigencia.”[2] Así, el Ser Humano es una isla, a la que le es imposible encontrarse con otra, comunicarse, llegar a la comunión con el otro. Pero de este modo es como el Arte entra en acción, es el espacio donde la humanidad tiene la posibilidad de comulgar consigo misma, de que sus partes, los individuos, trasciendan su individualidad, para encontrarse con el otro, ser el otro.
Porque el Arte es la manera en que profundizamos en nuestras almas; el autor y el lector de la obra deben sumergirse en sus espíritus para formarla, porque, como dice Octavio Paz en su “el Arco y la Lira”, “la participación [del lector] implica una recreación […]”[3], pues – y seguimos a Paz en este punto – “El poema nos revela lo que somos y nos invita a ser eso que somos”[4], entendiendo al poema como la obra de arte.
El premio nobel mexicano plantea que la creación es el proceso mediante el que revelamos las palabras justas desde el fondo de nuestro ser. “La creación consiste en sacar a la luz ciertas palabras inseparables de nuestro ser. Éstas y no otras. El poema está hecho de palabras necesarias e insustituibles. […] Cada palabra del poema es única.”[5] Aquí lo que dice para la poesía se puede entender fácilmente como arte, y las palabras se pueden intercambiar por notas, colores, formas. Así también podemos tomar las palabras de Proust sobre este punto: “el campo que se abre al pianista no es un mezquino teclado de siete notas, sino un teclado inconmensurable, desconocido casi por completo, donde aquí y allá, separadas por espesas tinieblas inexploradas, han sido descubiertas algunos millones de teclas de ternura, de coraje, de pasión, de serenidad que la componen, tan distintas entre sí como un mundo de otro mundo, por unos cuantos grandes artistas que nos han hecho el favor, despertando en nosotros la equivalencia del tema que ellos descubrieron, de mostrarnos la gran riqueza, la gran variedad oculta, sin que nos demos cuenta, en esa noche enorme, impenetrable y descorazonada de nuestra alma, que consideramos el vacío y la nada. ”[6] Y continúa el escritor parisién, para plantearnos, ahora sí, el logro del arte su inmortalidad, su trascendencia de nuestra propia vida y el encuentro de ella en la obra, nosotros trascendemos con las obras de arte que leemos […] Quizá los perdamos, quizá se borren, si es que volvemos a la nada; pero mientras vivamos no nos queda otro remedio que darlos por conocidos, como no nos queda otro remedio con los objetos materiales, y que no podemos, por ejemplo, dudar de la lámpara encendida ante los objetos metamorfoseados de nuestro cuarto, de los que pone en fuga hasta el recuerdo de la oscuridad […] Pereceremos, pero nos llevamos en rehenes esas divinas cautivas, que correrán nuestra fortuna. Y la muerte con ellas parecerá menos amarga, menos sin gloria, quizá menos probable.”[7] El mundo se reconfigura, se metamorfosea con el Arte, extiende las formas de sus sombras hasta el infinito, es la lámpara de la que habla Proust, la lámpara que nos hará la muerte “menos amarga”, “menos probable”.

[1] Albertine Desaparecida, En busca del Tiempo Perdido 6, Marcel Proust, Compactos Anagrama, traducción de Javier Albiñana, pg. 63
[2] El Hombre Rebelde, Obras completas, Albert Camus, Colección Premio Nobel Aguilar. Pg 828
[3] El Arco y la Lira, Octavio Paz, Fondo de Cultura Económica. Pg. 43
[4] Ib. Paz, pg. 41
[5] Ib. Paz. Pg. 45
[6] En busca del Tiempo Perdido, Por el Camino de Swann, Proust, Marcel, Alianza Editorial, pg. 412
[7] Ib. Proust 412

No hay comentarios.: