martes, enero 29, 2008

Por el camino de Swann o por qué Proust encarna a uno de los padres de la novelística del siglo XX

Si no se encuentra satisfacción alguna en releer un libro una y otra vez,
¿á qué leerlo ninguna?”
Oscar Wilde, La decadencia de la Mentira.

En busca del tiempo perdido es, valga la aseveración, la gran obra del siglo veinte. Puede observarse esto en las palabras John Shade, el poeta nos dice en su poema Pálido Fuego:
¿Por qué
despreciar un más allá que no podemos verificar:
[...] las conversaciones
con Sócrates y Proust en avenidas de cipreses,
[...].
Nos encontramos en este poema que el más allá, el paraíso son platicas con Prost; y he ahí una de las razones por la que se puede considerar a Proust el maestro de la novela del siglo XX, su sola presencia en un lugar bastaría para que este se tornase en el paraíso, según el poeta ficticio.
Así, no es casual que Vladimir Nabokov(1899-1977) considere, por intermediación de su poeta ficticio John Shade, en su poema Pale Fire, que el paraíso sean charlas con Sócrates y Proust. Marcel Proust (1872-1922) marca toda la literatura posterior a él. El premio novel de literatura, Albert Camus(1913-1960), dice, en su ensayo el Hombre Rebelde, que la maestría de su compatriota estribo en su capacidad para crear un mundo cerrado que escapaba de la muerte. Porque como bien consideró Camus, el mundo cerrado de las novelas proustinas, son la inmersión en el alma humana.

La Novela del siglo XX cae bajo las esferas de influencia de dos obras, las que la definirán; por un lado, James Joyce (1982-1942) con su Ulises, y por otro, En busca del tiempo perdido, de Proust. Esto, porque la primera hace alarde de la experimentación, da rienda suelta fluir del pensamiento, es la literatura de los discursos internos, mientras que en la segunda –en las segundas, porque como La comedia humana de Balzac, En busca del tiempo perdido es una novela constituida por otras novelas–, es la interiorización, el tratar de captar el recuerdo, la memoria, pero a través del mundo, es en el mundo donde el narrador encuentra los detonantes de la memoria, aquellos que lo trasladan a otro tiempo, son los que guían a la novela, a través de ellos conocemos, tanto al narrador y sus emociones, como al pasado y los otros personajes: “Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocultase fuera de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes que nos llegue la muerte…”[1].
Es a partir de la llamada memoria sensible que Proust nos traslada por su mundo, por sus memorias. Por el camino de Swann es el primer volumen de los que constituyen la obra capital del parisién, e inicia con el narrador-autor meditando en su cama, a partir de estas meditaciones el lector es transportado a la infancia de Marcel, a los cuartos en que dormía en aquel tiempo, al pueblo de sus abuelos, donde pasaba sus vacaciones, donde, desde la habitación de su tía abuela veía los campanarios de la catedral gótica del pueblo, de Combray. Pero la anécdota no es la esencia en la novela proustiana, sino que va más allá, son los recovecos de la memoria en donde se pierde la anécdota, donde el simple olor de una flor ya marchita, el encuentro con aquel objeto material, nos llevará a encontrarnos con aquella amada que se ha olvidado o con aquel amigo que ya no se trata.
Para llegar a entender esta obra que profundiza en el alma humana, en la que es “el hombre, a quien él [Proust] se había puesto a investigar…”[2], debemos conocer la vida del escritor. Marcel Proust nació en la casa de sus padres en París. Tuvo una infancia encerrado debido a una fuerte asma que lo acompañó toda la vida. Llegó a relacionarse tanto con la aristocracia parisina, como con algunos de sus intelectuales e hijos de estos, fue amigo del hijo del músico Bizet. Su primera obra Los placeres y los días lo publicó en 1896, antes había intentado escribir una novela que nunca terminó, y donde se prefiguran muchos de los personajes que aparecerán en En busca del tiempo perdido. Oculto su orientación sexual, de donde se puede observar en su obra los personajes homosexuales, de hecho son varios de sus amantes los que formaran a la amante del narrador-autor Albertine. Quizá la razón por la que su propio personajes es de los pocos en la novela que no llega al anacnolisis homosexual, como muchos de los amigos de éste, se encuentre en el destino trágico que sufrió Wilde, a quien conoció y de quien fue amigo.
A través de episodios de su propia vida y de personas reales a las que ficcionaliso, Proust nos va sumergiendo en esa exploración del alma, del espíritu. Donde él se llega a burlar de su función como novelista, de investigador: “el marqués preguntaba: “¿Qué hace usted por aquí amigo mío?” A un novelista que acababa de calarse el monóculo, su único órgano de investigación psicológica y de impecable análisis, que respondió con aire importante y misterioso, arrastrando la r, “estoy observando”…”[3]. Pero donde no olvida la importancia del Arte, al que considera el único factor capaz de ofrecer un significado al mundo, al que se une la memoria sensible en esos encuentros con el objeto material. Por ejemplo las notas de una canción de Vintuel lo llevan a decirnos: “el campo que se abre al pianista no es un mezquino teclado de siete notas, sino un teclado inconmensurable, desconocido casi por completo, donde aquí y allá, separadas por espesas tinieblas inexploradas, han sido descubiertas algunos millones de teclas de ternura, de coraje, de pasión, de serenidad que la componen, tan distintas entre sí como un mundo de otro mundo, por unos cuantos grandes artistas que nos han hecho el favor, despertando en nosotros la equivalencia del tema que ellos descubrieron, de mostrarnos la gran riqueza, la gran variedad oculta, sin que nos demos cuenta, en esa noche enorme, impenetrable y descorazonada de nuestra alma, que consideramos el vacío y la nada”[4]. Esa misma noche donde él se internó, para ofrecernos, como un nuevo Prometeo, la luz de su obra, la que se interna en el Alma, no sólo suya, sino en la de la humanidad toda, donde triunfa sobre la muerte, como bien lo dijo Camus: “En cuanto a Proust, su esfuerzo ha sido el de crear a partir de la realidad, contemplada obstinadamente, un mundo cerrado, insustituible, que no perteneciese más que sólo a él y que indicase la victoria sobre la huida de las cosas y sobre la muerte...”[5]. Ese mundo donde la realidad no alcanza, porque no es suficiente para mostrarnos todo lo que Proust nos muestra, porque los lugares no son los mismo que fueron entonces, como él mismo nos dice al final de Por el camino de Swann: “Los sitios que hemos conocido no pertenecen tampoco a ese mundo donde los situamos para mayor facilidad. Y no eran más que una delgada capa, entre muchas otras, de las impresiones que formaban nuestras vidas de entonces; el recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años.”[6]. Es por esos fugitivos instantes que Proust se enfrasca en la búsqueda, no del tiempo perdido –que al fin no recobrará –, sino del alma, del hombre mismo, a través de la nostalgia nos lo va mostrando, nos va construyendo esa alma a base de recuerdos, de remembranzas, de esos instantes que constantemente evoca, que no puede hacer otra cosa que evocar, para construir ese mundo del que nos habla Camus, desde donde nos ilumina, pues ha viajado a las profundidades del espíritu para presentárnoslo, es él el explorador de lo invisible ante quien “reconocemos extáticos cuando algún explorador de lo invisible [Proust] captura una de ellas [sus obras] y le trae de ese mundo divino donde le es dado penetrar para que brille unos momentos encima de nuestro mundo”[7]. Nos ilumina con la luz que ha descubierto, con esos instantes que ha traído de la noche del Alma.
[1] En busca del Tiempo Perdido, Por el Camino de Swann, Proust, Marcel, Alianza Editorial, pg. 60.
[2] En torno a Marcel Proust, Por el camino de Israel, Sherban Sidéry, pg. 101.
[3] En busca del Tiempo Perdido, Por el Camino de Swann, Proust, Marcel, Alianza Editorial, pg. 386
[4] En busca del Tiempo Perdido, Por el Camino de Swann, Proust, Marcel, Alianza Editorial, pg. 412.
[5] Camus, Albert. El hombre Rebelde, pg. 833
[6] En busca del Tiempo Perdido, Por el Camino de Swann, Proust, Marcel, Alianza Editorial, pg. 503.
[7] Ib. pg. 413.